Para los antiguos
mexicanos, la muerte era el comienzo de un viaje hacia un lugar llamado
Mictlán, es decir, el reino de los muertos o inframundo.
El viaje al Mictlán
duraba cuatro días, tras los cuales los viajeros llegaban ante Mictlantecuhtli, el
Señor de los muertos.
Posteriormente, las almas
de los difuntos eran enviadas a una de las nueve regiones donde permanecían un
periodo de prueba que duraba cuatro años, antes de llegar a la morada de su
eterno descanso, conocida como “obsidiana de los muertos”.
El destino del alma del
muerto estaba determinado de acuerdo al tipo de muerte. Por ejemplo, los
que morían ahogados iban al Tlalocan o paraíso de Tláloc; los que morían en
combate o en sacrificio y las mujeres muertas en parto, iban al Omeyocan o
paraíso del Sol.
El Mictlán estaba
destinado para todas las personas que morían de muerte natural.
Según los mexicas había varios
universos y dependiendo de la forma en la que morías era a la cual accedías,
pero hablaré del llamado Mictlán, que en náhuatl significa Lugar de los
muertos, ya que “Micqui” significa Muerto y “Titlan” Lugar;
ellos referían que existían nueve mundos, que le llamaban más bien pisos, o sea
que eran nueve pisos, pero en vez de subir, bajaban. Y al parecer el Mictlán
era una especie de matriz o de cueva en donde se recibían a los muertos, pues
como la tierra era considerada la matriz, es por ello que era donde se
depositaban los granos para la siembra del maíz, para que así nacieran los
difuntos que están en espera de regresar a la vida.
En el Mictlán vive la pareja Mictlantecuhtli
y Mictecacihuatl.
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